Verano Ardiente en la Habitación de Huéspedes

 

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El calor de aquel verano se sentía en cada rincón de la casa familiar. Todos estaban en el jardín, menos yo, que buscaba un poco de sombra en la habitación de huéspedes.


Mientras me acomodaba en la cama, escuché un golpecito en la puerta. Era Lucía, la hermana mayor de mi mejor amigo, con un vestido ligero que dejaba ver más de lo que ocultaba.


—Está muy caluroso afuera —dijo sonriendo, entrando sin esperar respuesta.


La habitación era pequeña, y su perfume llenó el aire de inmediato. Se sentó a mi lado, cruzando las piernas lentamente.


—¿Te importa si me quedo un rato aquí? —preguntó con una voz suave, pero sus ojos tenían otra intención.


Negué con la cabeza, y en ese momento nuestras miradas se quedaron atrapadas. El ambiente se volvió denso, cargado de algo que ninguno quería detener.


Se inclinó para susurrar algo, pero en lugar de palabras, sentí sus labios sobre los míos.


El beso fue lento al principio, como probando el terreno, pero pronto se volvió más profundo y urgente.


Mis manos buscaron su cintura, sintiendo el calor de su piel bajo la tela fina de su vestido.


Ella se recostó en la cama y me atrajo hacia sí. El vestido se deslizó hacia arriba, revelando su ropa interior de encaje blanco.


Besé su cuello, su clavícula, y fui bajando lentamente hasta llegar a sus pechos. Mis labios atraparon un pezón a través del encaje, provocándole un gemido suave.


Con un movimiento ágil, le quité el vestido. Quedó frente a mí, con su piel bronceada y ese conjunto que parecía hecho para tentar.


Me arrodillé entre sus piernas y aparté su ropa interior. El aroma de su excitación me envolvió antes de que mi lengua tocara su clítoris.


Lucía arqueó la espalda, aferrándose a las sábanas mientras yo la saboreaba con paciencia y devoción.


Mis dedos entraron en ella lentamente, mientras mi lengua seguía estimulando su punto más sensible.


Sus gemidos se hicieron más intensos, hasta que su cuerpo tembló y llegó al primer orgasmo de la tarde.


No le di tiempo a recuperarse. Me incorporé y ella, con las mejillas sonrojadas, liberó mi erección de la prisión de mi pantalón.


La tomó con su mano y comenzó a acariciarme, antes de inclinarse para envolverme con sus labios.


La sensación era exquisita. Su lengua recorría cada centímetro mientras succionaba con un ritmo que me hacía gemir sin control.


La detuve antes de perderme, y la giré sobre la cama. Se colocó a cuatro patas, ofreciéndome la vista más provocadora.


La penetré lentamente, disfrutando de la forma en que su cuerpo se adaptaba a mí. El calor y la humedad me envolvieron por completo.


Comencé a marcar un ritmo firme, mientras mis manos se aferraban a sus caderas.


Lucía gemía fuerte, empujando contra mí para sentirme más profundo. El sonido de nuestros cuerpos llenaba la habitación.


Incliné su espalda hacia mí para besar su cuello, sin dejar de embestirla con fuerza.


Sus uñas arañaban las sábanas, y su respiración se volvía cada vez más irregular.


La tomé de la cintura y la levanté, haciéndola sentarse sobre mí. Ella comenzó a moverse por sí sola, cabalgando con un ritmo que me volvió loco.


Sus pechos rebotaban frente a mi rostro, y no pude resistir tomarlos entre mis labios, chupando y mordiendo suavemente.


Ella se inclinó para besarme, y sus movimientos se aceleraron hasta que gritó mi nombre, alcanzando otro orgasmo.


Yo ya estaba al borde. La tumbé nuevamente y la penetré con fuerza, cada vez más rápido, hasta que sentí que no podía más.


Con un último empuje, me corrí dentro de ella, descargando todo mientras gemía con intensidad.


Quedamos jadeando, con el sudor pegado a nuestras pieles y las miradas fijas el uno en el otro.


Lucía sonrió, acariciando mi rostro. —Creo que el calor no era lo único insoportable hoy.


Reímos, y la abracé mientras recuperábamos el aliento.


El resto del mundo seguía afuera, ajeno a lo que acababa de ocurrir en esa pequeña habitación.


Pero en mi mente, ya pensaba en cómo encontrar otra excusa para repetirlo.


El verano apenas comenzaba, y nuestras ganas parecían no tener fin.