El tren partió a las diez de la noche, con destino a la capital. Mi billete era para un vagón casi vacío, y apenas me senté, noté que en el asiento de enfrente estaba Clara, una compañera de un viejo trabajo.

—No esperaba encontrarte aquí —dijo, sonriendo. Conversamos un rato, pero pronto las miradas se volvieron más largas y el silencio más intenso.

El traqueteo del tren nos envolvía. Clara se levantó y se sentó a mi lado, demasiado cerca para que fuera casualidad.

Me besó de forma repentina, sus labios suaves pero urgentes. Mis manos se posaron en su cintura y sentí cómo su cuerpo se tensaba de deseo.

Se acomodó sobre mis piernas, de frente a mí, y comenzó a moverse suavemente mientras me besaba. El olor a su perfume se mezclaba con el aroma del vagón.

Mis manos subieron por sus muslos, encontrando su ropa interior húmeda. La aparté y acaricié su intimidad, haciéndola gemir en un susurro.

Se inclinó y me susurró al oído: —Quiero que me comas aquí. —Me arrodillé frente a ella y comencé a lamerla, escondidos por el respaldo del asiento.

Su primer orgasmo llegó rápido, mordiéndose el labio para no hacer ruido.

La levanté y la senté sobre mí. La penetré despacio, sintiendo cómo se aferraba a mi cuello.

El balanceo del tren intensificaba cada movimiento, y Clara movía las caderas para acompasarse conmigo.

Su segundo orgasmo la hizo gemir más fuerte, y tuve que besarla para acallar el sonido.

Yo estaba a punto de explotar. Un último movimiento y me derramé dentro de ella, abrazándola con fuerza.

Nos quedamos así, respirando agitados, mientras el tren seguía su curso.

—Creo que viajar de noche tiene sus ventajas —dijo, sonriendo antes de volver a su asiento.

Sabía que ese viaje quedaría grabado para siempre.