Al principio pensé que era una casualidad, pero su mirada fija y desafiante me decían otras cosas. Los demás hablaban animadamente, sin notar nada raro, mientras sus dedos viajaban lentamente desde su rodilla hasta mi entrepierna. Tragando saliva, traté de mantener la compostura, pero cuando sus dedos comenzaron a jugar con la cremallera de mi pantalón, supe que no podía resistirme mucho más.
Me excusé para ir a la cocina a buscar más vino, y ella se levantó segundos después. En cuestión de segundos estábamos solos, y me empujó contra la alacena con una sonrisa maliciosa. Se arrodilló lentamente, y su lengua encontró mi sexo con una habilidad que no se esperaba de alguien tan joven. La mezcla de riesgo y deseo nos envolvía, y no tardé en venirme en su boca mientras ella no dejaba de mirarme a los ojos.
Antes de volver al comedor, se limpió con elegancia, me besó la mejilla y me susurró: “Después del postre, quiero probar otra parte de ti.” Regresamos como si nada, aunque el resto de la tarde no pude pensar en otra cosa que en repetir aquella locura en otro rincón de la casa.