Una noche prohibida con mi tío

 

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No puedo olvidar aquella noche en la casa de playa. Mis padres se habían ido a dormir temprano y yo me quedé viendo televisión en la sala. Mi tío, con unas copas de vino de más, se sentó junto a mí. La conversación comenzó inocente, pero pronto se tornó más atrevida. Cuando me miró a los ojos y me rozó la pierna, sentí un escalofrío recorrerme.

Quise apartarme, pero el deseo era más fuerte que la razón. Su mano subió lentamente hasta mi muslo y me estremecí. Me susurró que si quería, podía detenerlo, pero que llevaba años deseando esto. No dije nada. Me incliné hacia él y lo besé, rompiendo cualquier barrera moral. Su lengua se mezcló con la mía mientras su otra mano ya me acariciaba sin pudor.

Me recostó en el sofá, quitándome la ropa con avidez. Su boca recorrió cada centímetro de mi piel, hasta que me arqueé bajo el calor de su lengua entre mis piernas. Cerré los ojos y me entregué a su boca, gimiendo sin poder contenerme. Lo quería más, lo quería dentro de mí. Y él lo sabía.

Cuando me penetró, lo hizo con fuerza, como si temiera que la oportunidad no volviera a repetirse. Sentí cómo su cuerpo chocaba contra el mío una y otra vez, y yo solo podía aferrarme a él, perdida en la intensidad de ese acto prohibido. La sala se llenó de jadeos y gemidos ahogados para no despertar a nadie.

Al terminar, quedamos exhaustos, sudorosos y culpables. Pero dentro de mí también había placer, un placer prohibido que jamás podría borrar. Esa noche con mi tío fue la línea que crucé y que siempre guardaré en silencio.