Era el último semestre de universidad y entre nosotros tres, Marta, Darío y yo, siempre hubo una tensión especial que nunca se atrevía a romperse. Marta, con su sonrisa traviesa y su actitud desinhibida, había insinuado en varias ocasiones su interés en explorar más allá de la amistad. Darío y yo compartíamos esas ganas, pero nunca imaginamos lo que sucedería aquella noche.
Después de una fiesta en la residencia estudiantil, los tres terminamos en el departamento de Marta. La música suave y las luces tenues creaban el ambiente perfecto. Marta comenzó desnudándonos lentamente, sus manos explorando nuestros cuerpos con una mezcla de ternura y urgencia.
Nos sentamos en el sofá y empezamos a besarnos apasionadamente. Darío me besaba el cuello mientras Marta me acariciaba el cabello. Luego, intercambiamos caricias y besos entre los tres, explorando cada rincón de piel con dedicación. Me tumbé en la cama y Marta se sentó sobre mí mientras Darío me penetraba desde atrás. Sentí el calor de sus cuerpos, la fuerza de sus embestidas y la conexión profunda que se formaba.
Nos turnamos en posiciones, jugueteando con la pasión y la entrega total. Las risas, gemidos y susurros llenaron la habitación hasta que los tres nos corrimos juntos, agotados pero felices. Aquella noche marcó el inicio de una amistad que se transformó en algo mucho más íntimo y profundo.