Me llamo Iván, tengo 26 años, y esta historia comenzó cuando conocí a dos mujeres que cambiarían mi vida para siempre. Lena y Samara, vecinas y amigas desde hace años, ambas en sus cuarenta años, con cuerpos que derretían el deseo y miradas llenas de complicidad. Una noche de verano, me invitaron a cenar a su casa, y lo que empezó como una reunión amigable terminó siendo una experiencia que jamás olvidaré.
Después de varios tragos, las dos comenzaron a acariciarme con suavidad, mientras sus labios se encontraban en un beso cargado de pasión. Lena me susurró al oído: “¿Quieres jugar con nosotras?” Yo no podía creer lo que escuchaba, pero mi cuerpo decía que sí. Samara me llevó al sofá y comenzó a lamerme lentamente, mientras Lena se sentaba a horcajadas sobre mí.
Su lengua recorrió mi cuerpo y me preparó para lo que vendría. Lena me tomó por detrás, escupió en sus dedos y comenzó a penetrarme con suavidad, mientras Samara me besaba y acariciaba el pecho. Las gemidas de ambas llenaban la habitación y me hacían perder la razón. El ritmo aumentaba, sus cuerpos se movían sincronizados y yo sentía que flotaba en una ola de placer interminable.
Cuando finalmente nos corrimos juntos, la sensación de unidad y deseo nos envolvió. Nos abrazamos desnudos, sudados y agotados, sabiendo que esa noche sería solo el comienzo de muchas más. Lena y Samara me enseñaron que el placer no tiene límites, y que compartirlo puede ser la experiencia más intensa de la vida.