El ascensor subía lentamente hacia el último piso del hotel, un ático reservado solo para huéspedes muy exclusivos. La alfombra bajo mis pies amortiguaba el sonido de mis pasos, y el leve zumbido de la maquinaria se mezclaba con el latido acelerado de mi corazón.
Ella estaba a mi lado, vestida con un elegante vestido negro que dejaba al descubierto sus hombros y parte de su espalda. Su perfume llenaba el reducido espacio, embriagando mis sentidos.
—¿Estás nervioso? —me susurró, acercándose lo suficiente para que sus labios rozaran mi oreja.
—Un poco… —admití, sintiendo el calor de su aliento y el cosquilleo en la nuca.
La campanilla del ascensor sonó y las puertas se abrieron, revelando un pasillo iluminado con luces cálidas. Caminamos hasta la última puerta, donde una llave electrónica nos dio acceso a la suite más lujosa que había visto en mi vida.
Grandes ventanales mostraban la ciudad iluminada, y en el centro, una cama king-size con sábanas de seda invitaba a perderse en ella. Sobre una mesa había una botella de champán enfriándose en una cubitera.
Ella se quitó el abrigo lentamente, dejando que cayera al suelo, y caminó hacia el ventanal. La ciudad entera parecía a sus pies, pero su mirada estaba fija en mí.
—Ven… —dijo con voz baja.
Me acerqué y la tomé de la cintura. Sus labios me recibieron cálidos, ansiosos, y la presión de su cuerpo contra el mío hizo que todo lo demás desapareciera.
Mis manos se deslizaron por su espalda hasta llegar a la cremallera del vestido, bajándola lentamente. La prenda cayó, revelando un conjunto de lencería roja que contrastaba con su piel clara.
La llevé hasta la cama, donde se sentó con las piernas ligeramente abiertas. Me incliné para besar su cuello, bajando por el escote hasta llegar a sus pechos, que acaricié primero con las manos y luego con la boca.
Sus gemidos suaves se mezclaban con el sonido distante de la ciudad. Me arrodillé frente a ella y comencé a besar sus muslos, acercándome a su centro.
Con delicadeza aparté la tela y mi lengua la recorrió lentamente, provocando que sus manos se aferraran a mi cabello. Su respiración se aceleró y su cuerpo se arqueó buscando más contacto.
El primer orgasmo llegó rápido, con un suspiro largo y las piernas tensas alrededor de mi cabeza. No le di tiempo a recuperarse y continué, variando el ritmo hasta arrancarle otro gemido más profundo.
Me incorporé y, sin previo aviso, la penetré de una sola vez. El calor y la estrechez de su interior me hicieron gemir, mientras ella se aferraba a mis hombros.
La besé con intensidad, empujando con fuerza y sintiendo cómo sus uñas se clavaban en mi piel. Cambiamos de posición, poniéndola a cuatro patas frente al ventanal, con la ciudad como testigo.
Desde esa posición, la penetración era más profunda. Mis manos recorrían sus caderas mientras embestía con fuerza, y mi otra mano acariciaba su clítoris, provocando que su cuerpo temblara.
Su segundo orgasmo la hizo gemir tan alto que temí que alguien en otro piso pudiera escucharla. Pero no importaba. Yo quería escucharla así, sin filtros.
La tomé de la cintura y la giré para que quedara encima de mí. Montó mi cuerpo con movimientos lentos al principio, acelerando poco a poco mientras me miraba a los ojos.
Mis manos se aferraron a sus pechos, disfrutando del vaivén de su cuerpo. Sus gemidos se hicieron más rápidos, más urgentes, hasta que el tercer orgasmo la hizo inclinarse hacia mí, temblando y sudando.
Yo no pude aguantar más y me dejé llevar, llenándola mientras la abrazaba con fuerza. Permanecimos unidos, respirando agitados y sintiendo cómo la ciudad seguía viva allá afuera.
Ella se recostó a mi lado, acariciando mi pecho y sonriendo con picardía. —Este hotel sabe cómo hacer que vuelva.
—Yo también —respondí, besándola suavemente mientras la noche apenas comenzaba.