Todo empezó como una simple fiesta en la residencia. Vivía con Javier y Rafaela, mis dos compañeros de cuarto. Éramos amigos, sí, pero las miradas entre nosotros siempre fueron intensas. Esa noche, luego de algunos tragos, terminamos los tres en pijama, tirados en el mismo colchón viendo una película. Rafaela, con una camiseta sin sostén, se recostó sobre mí. Javier no quitaba los ojos de sus pechos.
Ella se rió. “¿Quieren saber lo que siempre he imaginado?” Se sentó en medio de nosotros, se quitó la camiseta y se mordió el labio. “Siempre quise estar con los dos… al mismo tiempo.” Me miró, me besó, y luego besó a Javier. En segundos, estábamos desnudos. Me montó a mí mientras le chupaba el pene a Javier. Gritaba de placer mientras cabalgaba sobre mí, apretada, mojada, salvaje.
Javier se puso detrás de ella y comenzó a lamerle el trasero. “Quiero los dos…” susurró ella. Me bajé, y la pusimos en cuatro. Yo se la metí por delante, él por detrás con los dedos. La hacíamos vibrar con cada embestida, mientras ella nos pedía más, más profundo, más rápido. Gritó como nunca cuando nos corremos casi al mismo tiempo, uno en su boca y otro dentro de ella.
Después, caímos agotados, desnudos, sudados. “Deberíamos repetirlo”, dijo Camila sonriendo. Desde entonces, las películas en el dormitorio ya nunca volvieron a ser solo películas.