Era el último verano antes de terminar la universidad cuando conocí a Sara. Desde el primer instante, su mirada cálida y su sonrisa tímida me cautivaron. Compartíamos clases, cafés al amanecer y largas caminatas por el campus. Poco a poco, nuestras conversaciones se tornaron más profundas, y sentí que entre nosotras surgía una conexión única.
Una tarde, mientras estudiábamos en la habitación de Sara, la lluvia caía con fuerza afuera, creando un ambiente íntimo y acogedor. Nos acercamos lentamente, y sus labios encontraron los míos en un beso suave y tierno que poco a poco se tornó en una danza apasionada. Sentí su mano recorrer mi espalda, mientras yo respondía acariciando su rostro con delicadeza.
Nos desnudamos con cuidado, explorando cada rincón de nuestra piel, aprendiendo juntas los secretos del placer. Sus caricias me hacían estremecer, y sus besos despertaban un fuego que nunca antes había sentido. Sara me guió con ternura y pasión, llevándonos a un éxtasis compartido, donde gemidos y suspiros se mezclaban en una melodía perfecta.
La noche se convirtió en un viaje de descubrimiento y amor, sellando un vínculo que iba más allá de la simple atracción física. Despertamos abrazadas, con la certeza de que habíamos encontrado algo que cambiaría nuestras vidas para siempre.