Éramos inseparables durante el último año de universidad: Cecia, Antonio y yo. La tensión entre nosotros había crecido silenciosamente, con miradas furtivas y sonrisas cómplices que escondían deseos profundos. Una noche, después de una fiesta, nos quedamos solos en el departamento de Cecia, y la atmósfera se volvió eléctrica.
Las luces tenues y la música suave crearon el escenario perfecto. Cecia comenzó a desnudarnos lentamente, con manos que exploraban pieles y despertaban gemidos contenidos. Nos besamos apasionadamente, intercambiando caricias que hicieron que el tiempo se detuviera.
Me tumbé en la cama mientras Cecia se sentaba sobre mí y Antonio me penetraba por detrás. La sensación de ser amado por los dos a la vez me hacía temblar. Cambiamos de posiciones, nos turnamos, y nos entregamos al placer sin reservas. Gritos, risas y susurros llenaron la habitación mientras descubríamos juntos el éxtasis compartido.
Al amanecer, abrazados y satisfechos, supimos que nuestra amistad había evolucionado hacia algo mucho más profundo y apasionado.