La lluvia golpeaba fuerte contra las ventanas del apartamento. El sonido de los truenos llenaba la noche mientras yo me servía una copa de vino. Afuera, las luces de la ciudad parpadeaban bajo el aguacero.
Ella llegó empapada, con el cabello pegado al rostro y la ropa mojada. —Vaya tormenta —dijo, dejando su chaqueta en el sofá. Su blusa húmeda se pegaba a su piel, marcando cada curva.
Le ofrecí una toalla, pero en lugar de secarse, se acercó y me besó con urgencia. El sabor a lluvia y su calor corporal me atraparon al instante.
Mis manos recorrieron su espalda, sintiendo la tela húmeda hasta que se la quité. Sus pezones duros se presionaron contra mi pecho.
La llevé hasta la habitación, mientras el sonido de la tormenta se mezclaba con nuestras respiraciones agitadas.
Se arrodilló en la cama y comenzó a lamerme, moviéndose con un ritmo perfecto. Afuera, un relámpago iluminó la habitación por un segundo.
La acosté y bajé por su vientre hasta llegar a su intimidad. La lamí con intensidad, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba.
Su primer orgasmo llegó acompañado de un trueno lejano. Sonrió y me atrajo hacia ella para besarme.
La penetré lentamente, disfrutando de cada centímetro. Sus manos se aferraban a mi espalda mientras movía las caderas para recibirme más profundo.
La giré para tomarla por detrás, con la luz de los relámpagos iluminando su silueta. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con la lluvia.
Su segundo orgasmo la dejó temblando, y yo aceleré hasta derramarme dentro de ella.
Nos quedamos abrazados, escuchando cómo la tormenta seguía rugiendo afuera.
Ella susurró: —Con esta lluvia, no pienso irme hasta mañana.
Yo sonreí, sabiendo que esa noche sería larga y memorable.