La cabaña en el bosque estaba aislada, rodeada de árboles y silencio. Afuera, la lluvia golpeaba el techo de madera mientras encendíamos la chimenea.
Ella estaba sentada en el sofá, con una manta sobre los hombros. La luz cálida iluminaba su piel.
Me senté junto a ella y la besé lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba bajo el mío.
La manta cayó al suelo, revelando un conjunto de lencería negra. Mis manos recorrieron sus curvas con suavidad.
Nos tumbamos frente al fuego. Bajé besando su abdomen hasta llegar a su entrepierna, lamiendo con calma mientras sus dedos se enredaban en mi cabello.
Su primer orgasmo llegó con un suspiro profundo, su cuerpo estremeciéndose con el calor de la chimenea.
La penetré despacio, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a mí. Afuera, la lluvia marcaba el ritmo contra el techo.
Sus piernas me rodeaban, y sus gemidos llenaban la cabaña. La intimidad del lugar lo hacía todo más intenso.
La giré para tomarla por detrás, con el fuego iluminando nuestras siluetas. Sus manos se apoyaban en la alfombra mientras la embestía con fuerza.
Su segundo orgasmo fue más largo, con su respiración entrecortada y su espalda arqueada.
Yo estaba al límite. Un último movimiento y me derramé dentro de ella, abrazándola fuerte.
Nos quedamos tumbados frente al fuego, escuchando la lluvia y nuestras respiraciones mezcladas.
Ella sonrió y dijo: —Este lugar tiene magia.
Sabía que ese fin de semana sería imposible de olvidar.