Suite con vistas

 

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El ascensor se detuvo en el último piso del hotel. Las puertas se abrieron y caminé por el pasillo alfombrado hasta llegar a la suite presidencial. Al abrir, una pared de cristal reveló la ciudad iluminada, extendiéndose hasta el horizonte.

Camila estaba junto a la ventana, con un vestido de seda rojo que caía sobre su cuerpo como una segunda piel. Sostenía una copa de vino y me miraba con una sonrisa cargada de intención.

—Llegas justo a tiempo —dijo, acercándose lentamente. Su perfume envolvía el ambiente, mezclándose con el aroma del vino.

Me besó sin previo aviso, un beso lento pero intenso, que hizo que olvidara todo lo demás. Mis manos recorrieron su espalda hasta sentir la suavidad de la tela y el calor de su piel.

Camila dejó caer la copa sobre la mesa y se giró para que bajara la cremallera de su vestido. La tela cayó al suelo, revelando su lencería negra con transparencias.

La tomé por la cintura y la acerqué a la cama amplia y perfectamente tendida. Nos tumbamos y comencé a besar su cuello, bajando lentamente por su pecho hasta encontrar sus pezones, que acaricié con la lengua.

Ella arqueó la espalda, gimiendo suavemente. Mis manos viajaron por sus caderas y subieron su tanga, que retiré lentamente.

Me arrodillé frente a ella y comencé a lamerla, explorando cada rincón con paciencia. Sus gemidos se intensificaban, y sus manos se aferraban a las sábanas.

Su primer orgasmo llegó rápido, sacudiéndola por completo. Sonrió con los ojos cerrados, pero yo no estaba dispuesto a detenerme.

Me coloqué sobre ella y la penetré lentamente, disfrutando de la calidez y la presión de su cuerpo. La besé mientras comenzaba un ritmo constante.

Camila me rodeó con las piernas, pidiéndome más con sus movimientos. La vista de la ciudad detrás de ella hacía que la escena fuera aún más excitante.

Aceleré, escuchando sus jadeos mezclarse con el leve zumbido de la ciudad a través del cristal.

La giré para que se apoyara sobre la cama y la tomé por detrás, sosteniéndola de las caderas mientras mis embestidas resonaban en el silencio de la suite.

Su segundo orgasmo fue más intenso, apretándome con fuerza y dejando escapar un gemido ahogado.

Yo estaba al borde. Un último impulso me llevó al clímax, derramándome mientras la abrazaba desde atrás.

Nos tumbamos uno junto al otro, contemplando las luces de la ciudad. Camila jugaba con mis dedos, sonriendo.

—Esta habitación tiene la mejor vista… pero no por la ciudad —susurró.

Me reí y la abracé, sabiendo que esa noche en la suite sería inolvidable.