Era un día lluvioso y había decidido refugiarme en la biblioteca central. El lugar estaba casi vacío, con el sonido ocasional de páginas pasando. Caminé hacia la sección de literatura y la vi: una joven de gafas y falda corta, sentada en el suelo, rodeada de libros.
—¿Buscas algo en especial? —pregunté. Me miró y sonrió, negando con la cabeza. —Solo paso el rato —respondió.
Comenzamos a hablar en voz baja, comentando algunos títulos. Su voz era suave, pero sus ojos transmitían algo más que interés académico.
Me invitó a sentarme junto a ella. Su rodilla rozó la mía de forma casual, pero la forma en que me miró me dijo que no era accidente.
En un momento, se inclinó para alcanzar un libro en el estante bajo y su blusa se abrió lo suficiente como para dejarme ver el encaje de su sujetador. Tragué saliva, intentando no ser obvio.
Ella lo notó y sonrió. —Aquí siempre está tan silencioso… —susurró— que cualquier ruido se nota demasiado.
Me acerqué y la besé, al principio con timidez, pero ella respondió con pasión. Sus manos se aferraron a mi cuello mientras nuestras lenguas se entrelazaban.
Se sentó sobre mis piernas y comencé a acariciar sus muslos bajo la falda. Su piel estaba tibia y suave. Aparté la tela para descubrir su ropa interior de encaje.
Me arrodillé frente a ella y comencé a besar el interior de sus muslos, subiendo lentamente hasta su centro. El sabor de su humedad era irresistible.
Sus gemidos eran apenas audibles, pero sus manos en mi cabello me guiaban con firmeza. La hice llegar al orgasmo rápido, su cuerpo tensándose en silencio absoluto.
La giré suavemente y la incliné contra el estante. La penetré despacio, cuidando que cada movimiento fuera profundo pero silencioso.
Ella mordía su labio para no gemir fuerte, mientras sus manos se aferraban a los bordes de la estantería.
Aceleré el ritmo, sintiendo cómo sus músculos se contraían a mi alrededor. Su segundo orgasmo fue más intenso, con un jadeo ahogado.
No me contuve más y alcancé mi clímax, abrazándola para que no perdiera el equilibrio.
Nos quedamos quietos unos segundos, escuchando la lluvia golpear los ventanales. El olor a sexo y papel viejo llenaba el aire.
Ella se acomodó la falda y recogió sus libros. —Creo que estudiar contigo sería… interesante —susurró.
Nos despedimos en la entrada, pero nuestras miradas prometían que la próxima vez romperíamos el silencio aún más.
La lluvia seguía cayendo cuando salí, pero mi mente estaba atrapada en lo que había pasado entre esos pasillos silenciosos.