Desde el primer día de clases, sentí una atracción especial por Johanna. Su forma de sonreír, su risa tímida y esa mirada que parecía guardar mil secretos me tenían completamente fascinada. Compartíamos muchas horas en la biblioteca, estudiando juntas y compartiendo confidencias que nadie más conocía.
Una tarde lluviosa, mientras el resto del campus quedaba vacío, Johanna me invitó a su habitación para seguir repasando un proyecto. El ambiente estaba cargado de una tensión que ya no podíamos negar. Sin decir palabra, se acercó lentamente y me tomó del rostro, sus labios encontrando los míos en un beso dulce y prolongado.
Nos desnudamos con delicadeza, explorando cada centímetro de piel, cada suspiro y cada gemido. Sus manos me acariciaban con ternura y a la vez con una urgencia contenida que me hizo perder la cabeza. Sus labios bajaron por mi cuello, pecho y abdomen hasta alcanzar mi entrepierna, donde comenzó a lamerme con una mezcla perfecta de suavidad y pasión.
Sentí cómo me estremecía y gemía con intensidad mientras su lengua me exploraba, hasta que finalmente me corrí en su boca, sintiendo una felicidad y conexión que nunca antes había experimentado. Después fue mi turno, y la llevé a la cima del placer con cada beso y caricia, sellando así un lazo que sería inolvidable para ambas.