Conocí a Alma en un curso nocturno de escritura. Era mayor que yo, de palabras precisas y mirada serena. Me corregía con paciencia y, a veces, con una ironía suave que me hacía querer volver a intentarlo. Un día, al terminar la clase, me preguntó si me animaba a leer mis textos en voz alta en su estudio.
El estudio quedaba en un ático, lleno de plantas y cuadernos apilados. Había una lámpara ámbar que bañaba el espacio de una calma tibia. Me ofreció té de hibisco; yo asentí, intentando parecer más seguro de lo que era.
—Escribir también es confiar— dijo, y supe que hablaba de algo más profundo que la puntuación.
Leí torpemente. Ella escuchó sin interrumpir, sosteniéndome con la mirada. Cuando terminé, me pidió que respirara hondo y cerrara los ojos. “Vamos a jugar a la guía y el guía ciego”, propuso, sonriendo. “Tú decides hasta dónde”.
Me cubrió los ojos con un pañuelo suave. El mundo se redujo a sus manos, que dirigían las mías hacia las texturas del lugar: madera, papel, cerámica tibia. Noté cómo el corazón me marcaba un compás nuevo.
—Palabra de seguridad— dijo, con profesionalidad dulce. Elegimos una; era simple, cercana. Me explicó límites, escuchó los míos y, solo entonces, me tomó de la muñeca con firmeza acordada.
El juego fue un baile: su voz indicaba, mis pasos seguían, y en cada gesto había una promesa de cuidado. El pañuelo no me asustaba; me anclaba a su presencia.
Cuando me rozó el cuello con la yema de los dedos, una oleada tibia me recorrió. No hubo prisas. Solo una secuencia lenta de acercamientos, la confirmación constante de mi sí.
La lámpara quedó a media luz. El resto lo cuento en clave: dos adultos, consentimiento explícito, una coreografía íntima que no necesita ser descrita con crudeza para entenderse. Hubo pausa, agua, y risas entre medias.
Al final, me quitó el pañuelo con ternura. Tenía los ojos humedecidos, no por tristeza, sino por esa emoción rara que queda cuando uno se atreve a confiar.
Salí al pasillo con el cuerpo liviano y el cuaderno apretado contra el pecho. “Escribe esto”, me dijo Alma, “pero escribe sobre el cuidado”. Y eso hice: titulé la página “Ritual de confianza”.