El estudio de danza estaba casi vacío, solo se escuchaba la música suave que salía de los altavoces. Había llegado temprano para mi clase, pero encontré a Laura, la instructora, practicando sola frente al espejo.
Llevaba un top ajustado y unos leggins que marcaban cada movimiento. Su cuerpo se balanceaba con una precisión hipnótica.
—No esperaba compañía —dijo, sonriendo. Me acerqué y me senté en el suelo a observarla.
Después de unos minutos, apagó la música y se acercó. —¿Quieres aprender un paso? —preguntó, colocando mis manos en su cintura.
El contacto fue suficiente para que la tensión se encendiera. La atraje hacia mí y la besé con intensidad.
Su respiración se aceleró, y mis manos recorrieron su espalda hasta bajar por sus curvas. Laura me miró y se mordió el labio.
Se giró, apoyando las manos en la barra de danza, y yo subí lentamente su top, besando su espalda desnuda.
Me arrodillé y bajé sus leggins, comenzando a lamerla con lentitud. Sus gemidos se mezclaban con el eco del estudio.
Su primer orgasmo llegó rápido, arqueando la espalda. La levanté y la giré para besarla.
La penetré lentamente, sintiendo cómo su cuerpo me recibía. Sus manos se aferraban a mis hombros mientras movíamos las caderas al ritmo.
El espejo reflejaba cada movimiento, cada expresión de placer. La vista aumentaba la intensidad del momento.
La giré para tomarla por detrás, con sus manos aferradas a la barra. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba el espacio.
Su segundo orgasmo fue más largo, temblando contra la barra.
Yo estaba al límite. Un último empuje y me derramé en ella, respirando agitado.
Nos quedamos abrazados unos segundos, con el sudor brillando en nuestra piel.
Laura sonrió: —Creo que voy a incluir este paso en la coreografía.
Me reí, sabiendo que ese ensayo no sería fácil de olvidar.