Refugio en la montaña

 

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Habíamos escapado de la ciudad para pasar un fin de semana en un hotel en la montaña. La chimenea crepitaba y la nieve cubría el paisaje exterior. El calor del fuego contrastaba con el frío que se colaba por la ventana.

Ella estaba junto a la chimenea, envuelta en una manta. Sus piernas desnudas se asomaban y sus ojos brillaban con el reflejo del fuego.

Me acerqué y la besé suavemente, dejándome envolver por el aroma de su piel y el calor de su cuerpo.

La manta cayó al suelo, revelando su ropa interior de encaje. Mis manos recorrieron su cintura y bajaron por sus muslos.

La recosté frente al fuego, besando su cuello y bajando lentamente hasta su intimidad. La lamí con calma, disfrutando de cada gemido que escapaba de sus labios.

Su primer orgasmo llegó rápido, con su espalda arqueándose hacia el calor de la chimenea.

La penetré lentamente, sintiendo el contraste entre el calor del fuego y el frío que se filtraba por las rendijas.

Sus piernas me rodeaban, moviéndose al ritmo de mis embestidas. El crujir de la madera en la chimenea acompañaba cada movimiento.

La giré para tomarla por detrás, con sus manos apoyadas en la alfombra. Sus gemidos se mezclaban con el sonido del fuego.

Su segundo orgasmo la dejó jadeando, con la piel perlada de sudor.

Yo estaba al límite y aceleré hasta derramarme en ella, sintiendo un calor que nada tenía que ver con la chimenea.

Nos quedamos abrazados frente al fuego, mirando cómo las brasas se apagaban lentamente.

Ella sonrió y dijo: —Este hotel ya es nuestro refugio secreto.

Sabía que cada vez que volviera a la montaña, recordaría esa noche.