Receta de madrugada

 

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La fiesta había terminado y todos dormían, pero yo seguía despierto en la cocina, buscando algo para comer. Encendí la luz y encontré a Carla, la amiga de mi hermano, sentada en la encimera con una taza de café.

Llevaba una camiseta grande que apenas cubría la parte superior de sus muslos. Sonrió al verme, con los ojos brillando de picardía.

—¿También tienes hambre? —preguntó, moviendo una pierna de manera que dejaba ver un destello de encaje.

Me acerqué y respondí: —Depende de qué tipo de hambre hables. —Su sonrisa se ensanchó.

Sin más palabras, me atrajo hacia ella y me besó, suave al principio y luego con urgencia. Sus manos se deslizaron bajo mi camiseta, acariciando mi espalda.

Me situé entre sus piernas y mis manos subieron por sus muslos. Su piel estaba cálida y suave, y su respiración comenzaba a acelerarse.

Carla tomó mi mano y la guió bajo la tela de la camiseta, hasta su ropa interior húmeda. Gemía suavemente mientras mis dedos exploraban.

Se inclinó hacia mí, susurrando: —Quiero que me pruebes. —Me arrodillé y aparté su ropa interior, lamiéndola lentamente.

Su primer orgasmo llegó rápido, con un gemido ahogado y sus manos en mi cabello.

La levanté y la coloqué contra la encimera, penetrándola despacio. La madera vibraba con cada embestida.

Su cuerpo respondía al ritmo, y mis manos acariciaban sus pechos bajo la camiseta. Su segundo orgasmo fue más intenso, mordiéndose el labio para no gritar.

Yo estaba al límite y aceleré, derramándome en ella mientras la abrazaba con fuerza.

Nos quedamos un momento respirando agitados, con el aroma del café mezclado con el de nuestra piel.

Carla sonrió y dijo: —Esta fue la mejor receta improvisada de mi vida.

Apagué la luz, sabiendo que la cocina tendría un nuevo sabor cada vez que recordara esa madrugada.