Era un sábado por la tarde y la tienda estaba llena. Había quedado con Carolina, una vieja amiga, para comprar ropa. Entre risas y comentarios, terminamos en la sección de vestidos.
Ella me pidió que la acompañara al probador para que opinara sobre uno en particular. El espacio era pequeño, y el roce de su cuerpo al pasar me encendió.
Se quitó el vestido que llevaba y quedó en ropa interior. Me miró por encima del hombro y dijo: —¿Qué opinas?
—Que estás perfecta —respondí, acercándome. La besé, y ella respondió con la misma intensidad.
Mis manos recorrieron su cintura, bajando lentamente por sus caderas. Carolina se giró y desabrochó mi pantalón.
Se arrodilló y comenzó a lamerme, moviéndose con precisión. El espejo del probador reflejaba cada detalle.
La levanté y la apoyé contra la pared, apartando su ropa interior para penetrarla lentamente.
Sus manos se aferraban a mi cuello mientras sus gemidos se mezclaban con el murmullo lejano de la tienda.
Su primer orgasmo llegó rápido, mordiéndose el labio para no gritar.
Me arrodillé y la lamí con intensidad, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada caricia.
Su segundo orgasmo la dejó temblando, y yo estaba al borde.
La giré y la tomé por detrás, con una mano en su cadera y otra cubriéndole la boca para contener sus gemidos.
Me derramé en ella, respirando agitado. Nos quedamos unos segundos en silencio, recuperando el aliento.
Carolina sonrió y dijo: —Creo que este vestido me queda… perfecto.
Salimos del probador como si nada hubiera pasado, pero nuestras miradas decían lo contrario.