La noche en alta mar era tranquila, con el yate balanceándose suavemente sobre las olas. Estaba en la cubierta cuando vi a Daniela, la invitada más misteriosa de la fiesta, bajar por la escotilla hacia la cabina.

La seguí con curiosidad y la encontré en un pequeño camarote, sentada en la cama, con el vestido suelto cayendo por sus hombros.

—¿Te escondes? —pregunté. Ella sonrió y respondió: —Prefiero la calma… y la buena compañía.

Me acerqué y la besé, sintiendo el leve sabor a sal en sus labios. Sus manos se aferraron a mi camisa, atrayéndome más.

El vestido cayó por completo, revelando un cuerpo bronceado y perfecto. La recosté sobre la cama mientras mis labios exploraban su cuello.

Me arrodillé y comencé a lamerla con calma, escuchando el sonido del mar a través de la escotilla abierta. Sus gemidos eran suaves, casi sincronizados con el oleaje.

Su primer orgasmo llegó rápido, arqueando la espalda. Me miró con los ojos brillantes y me atrajo hacia ella.

La penetré lentamente, sintiendo el vaivén del barco aumentar la intensidad de cada embestida.

Daniela me rodeó con las piernas, moviéndose al ritmo del mar. Sus uñas se clavaban en mi espalda.

La giré para tomarla por detrás, con sus manos aferradas al borde de la cama. El balanceo hacía que el contacto fuera más profundo.

Su segundo orgasmo la dejó temblando, y yo estaba al límite.

Me derramé en ella con un gemido ahogado, abrazándola mientras el yate seguía su curso.

Nos quedamos tumbados, escuchando las olas golpear suavemente el casco.

—Creo que esta será mi parte favorita del viaje —susurró, sonriendo.

Yo sabía que esa noche en la cabina quedaría grabada para siempre.