Mi Tío Me Llevó al Límite en Mi Primera Vez

 

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Me llamo Lucero, y aún tiemblo al recordar lo que ocurrió el día que descubrí el placer verdadero. Tenía 19 años y acababa de mudarme a la casa de mi tío Stefano mientras estudiaba en la capital. Siempre fue muy protector conmigo, pero desde que crecí, su mirada ya no era tan inocente… y eso me confundía y excitaba al mismo tiempo.

Una tarde de lluvia intensa nos quedamos sin luz. Yo salí de la ducha envuelta solo en una toalla, y lo encontré en la sala con una copa de vino. Me miró de arriba abajo sin disimulo. “Estás convirtiéndote en una mujer preciosa, Lucero…” — me dijo. Sonreí tímidamente, pero me senté a su lado sin apartar la mirada. El silencio se volvió eléctrico.

Me tocó la mejilla, luego el cuello, y sin pensarlo, nuestros labios se encontraron. Fue un beso lento, húmedo, prohibido. Sentí su mano en mi muslo, subiendo con decisión. Me llevó a su habitación en penumbra, me quitó la toalla y me acostó con cuidado. Me miró a los ojos y preguntó: “¿Alguna vez te han tocado así?” Negué con la cabeza.

Sus caricias eran suaves, firmes, sabían exactamente dónde y cómo. Me besó los pezones, me abrió las piernas y comenzó a acariciarme con los dedos, humedecidos por mis propios jugos. “Estás lista, mi niña…” Me penetró despacio, con paciencia, dejándome sentir cada centímetro. Gemí bajito, entre dolor y deseo, mientras su cuerpo se unía al mío.

Fue largo, cálido, intenso. Me llevó al clímax sin apuro, enseñándome cada rincón de mi propio placer. Cuando terminamos, me abrazó fuerte, y susurró al oído: “Hoy dejaste de ser una niña… y yo no pienso devolverte.”