Me llamo Pabel, tengo 23 años y estudio arquitectura. Esta historia ocurrió en un viaje de campo organizado por la universidad, donde nos asignaron cabañas compartidas por grupos familiares. Mi sorpresa fue que me colocaron en la misma habitación que mi prima Oriana, estudiante de psicología, con la que nunca había tenido mucha relación... hasta entonces.
Oriana tenía 22 años, cuerpo esbelto, cabello oscuro, mirada desafiante y un estilo algo alternativo que me encantaba. Dormíamos en camas separadas, pero cada noche sentía su respiración cerca… y algo más. En la tercera noche, después de unas copas en la fogata, volvimos solos a la cabaña. Ella se sentó en mi cama y me dijo: “¿Tú también sientes esto raro entre nosotros, o soy solo yo?”
No supe qué responder. Me besó. Así, sin más. Su lengua encontró la mía con una seguridad que me paralizó. Se subió sobre mí, comenzó a quitarme la camisa, y murmuró: “No somos hermanos… ¿verdad?” Negué. “Entonces no hay nada prohibido aquí... o sí.”
Me bajó el pantalón, y sin más, empezó a lamerme con hambre contenida. Su lengua jugaba con la punta, luego se lo tragó entero. Me miraba desde abajo mientras gemía suave. “Siempre quise hacerlo… contigo.” Después se quitó el short y se sentó a horcajadas sobre mí, frotando su humedad contra mi abdomen. Me guió con firmeza hasta entrar en ella. Su cuerpo tembló. “Así... es como te soñé.”
Nos movimos lento al principio. Luego me pidió que la sujetara fuerte, que la tomara como si nadie más fuera a tocarla jamás. Me entregué por completo. Nos corrimos juntos, jadeando, sudados, con la luna iluminando su espalda arqueada sobre mi pecho.
Desde ese viaje, Oriana y yo fingimos distancia en público… pero cada vez que nos vemos en reuniones familiares, nuestras miradas lo dicen todo. Y cuando nadie nos ve… volvemos a pecar.