Mi Madrastra Me Puso de Rodillas
Categorías: Incesto Ficticio Dominación y Sumisión Consentida Sexo Oral
Cuando mi padre se casó con Melanie, su nueva esposa tenía solo 36 años. Yo tenía 20. Desde el primer día, su presencia me incomodaba… en el mejor de los sentidos. Era de esas mujeres que llenan una habitación solo con su perfume. Rubia, piernas largas, voz suave pero firme, y una mirada que podía congelarte o encenderte, dependiendo del día. Siempre se paseaba por la casa con camisones casi transparentes, sin sujetador, sabiendo perfectamente lo que hacía.
Una noche, mi padre tuvo que viajar por trabajo y me pidió que no dejara sola a Melanie. Ella preparó una cena liviana, tomó vino, y me invitó a ver una película. Nos sentamos juntos en el sofá, y de a poco, su pierna comenzó a rozar la mía. Me miró de reojo y dijo: “Te has convertido en un hombre… ¿tu padre lo sabe?” Yo solo sonreí, incómodo. “Déjame comprobarlo”, añadió, y antes de que pudiera reaccionar, ya estaba sobre mí, besándome con hambre acumulada.
Me tomó del cuello, me empujó contra el sofá y se sentó sobre mis piernas. “No me mires como un niño… mírame como la mujer que vas a complacer esta noche.” Me besó, bajó lentamente por mi cuello, me desabrochó el pantalón y se arrodilló. “Ahora, quédate quieto.” Su boca envolvió mi polla con una habilidad que me hizo gemir al instante. Su lengua giraba con maestría, sus labios se deslizaban hasta el fondo, y me miraba desde abajo con ojos llenos de lujuria.
Cuando estuve a punto de venirme, se detuvo. “No tan rápido. Esto apenas comienza.” Me llevó a su habitación, se quitó el camisón y me dejó ver sus pechos firmes, su piel suave, su cuerpo de diosa. Me tumbó sobre la cama, se sentó en mi cara y me ordenó: “Lámeme como si tu vida dependiera de ello.” Obedecí. Su sabor era delicioso, sus gemidos eran como una melodía sucia que me volvía loco. Se vino sobre mi lengua, temblando, y aún así no se detuvo.
Se sentó sobre mi polla y comenzó a cabalgarme como una amazona. Me decía cosas sucias, me mordía, me usaba. Se vino dos veces más antes de dejarme acabar dentro de ella. Jadeando, sudados, exhaustos, me besó y dijo: “No eres mi hijastro… eres mi juguete. Y desde hoy, serás mi secreto favorito.”
Desde entonces, cada vez que papá se va… Melanie me llama con una orden que ya conozco bien: “Arrodíllate.”