Mi Madrastra Me Enseñó Cómo Hacer Gozar a Una Mujer

 

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Desde que papá se casó con Janeth, todo cambió en casa. Ella era joven, exuberante, mucho más joven que él, con unos pechos firmes y una cintura que enloquecía. Siempre me trató con dulzura, pero había algo más… en su mirada había algo muy distinto. Yo tenía 19 años, y ella apenas 33. Una noche, mientras papá estaba de vacaciones en Paris, todo explotó.

Estábamos viendo una película en su cama, con las luces apagadas, y de pronto me preguntó: “¿Alguna vez haz estado con una mujer mayor que tú?” Me puse roja. “No…”, murmuré. Entonces se acercó y me besó suavemente. “Relájate, nadie se va a enterar. Solo déjate llevar.” Sentí sus labios moverse sobre los míos con una ternura y un deseo que me derritieron por dentro. Su lengua me buscó, su mano se deslizó bajo mi pantalón y tocó mi sexo por primera vez.

“Estás empapada… ¿te excita que sea tu madrastra?”, me susurró. Yo solo pude asentir. Me desnudó por completo, me tumbó boca arriba y se metió entre mis piernas como una experta. Su lengua acariciaba mi clítoris con una maestría que me hizo gritar. Me agarraba de las sábanas, gimiendo su nombre. Luego se subió sobre mí, me pidió que la lamiera. Al principio dudé, pero el sabor de su piel me volvió adicta. Le chupé los pezones, le metí la lengua profundo y ella me guiaba con palabras sucias.

Cuando ambas nos venimos, me abrazó y me dijo: “Ahora ya sabes lo que es hacer gozar a una mujer… pero esto apenas comienza.” Desde entonces, cada vez que papá viaja, dormimos juntas. Soy su pequeña sumisa secreta… y no me imagino dejar de serlo.