Mi Madrastra Me Ató a Su Cama
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Desde que mi padre se casó con Sabrina, su nueva esposa, todo cambió en casa. Ella era joven, exuberante, de carácter fuerte y con un aura de control que me excitaba más de lo que quería admitir. Tenía 39, cuerpo escultural, labios carnosos y siempre usaba lencería que dejaba poco a la imaginación. Yo tenía 21, y cada vez que me cruzaba con ella en bata o la escuchaba gemir por las noches desde la habitación de mi padre, terminaba tocándome hasta correrme en silencio.
Un fin de semana, papá viajó por negocios. Me quedé solo con ella. Me saludó con una copa de vino en la mano, vestida con un enterizo de encaje negra, sin ropa interior. “Esta casa es muy aburrida sin tu padre… deberías hacer algo para entretenerme.” No supe qué decir. Me quedé helado, excitado. “¿Te has tocado pensando en mí, verdad?” preguntó. Mi cara lo delató todo. “Perfecto. Hoy, vas a obedecerme.”
Me llevó a su habitación, me desnudó lentamente, me ató las manos al cabecero de la cama con pañuelos de seda. “Nada de tocar, solo sentir.” Se sentó sobre mi pecho, bajó su sexo hasta mi boca y me obligó a lamerla. “No pares hasta que me corra”, dijo mientras me sujetaba con fuerza del cabello. Su sabor era intenso, caliente. Se vino en mi boca, temblando, gritando mi nombre.
Luego bajó hasta mi polla dura y me la chupó entera, lenta, con la lengua jugando en la punta. Me miraba mientras lo hacía, con una sonrisa maliciosa. Se sentó sobre mí y comenzó a cabalgar con fuerza, sin quitarme las ataduras. Sus pechos rebotaban frente a mí, su cuerpo sudado, sus gemidos llenaban la habitación. Me corrí tan fuerte que sentí que me quedaba sin aire. Se quedó un momento sobre mí, respirando agitada.
Me desató, me besó la frente y dijo: “Cuando vuelva tu padre, tú y yo no hablaremos de esto… pero cuando vuelva a irse, volverás a ser mi juguete.” Y así fue. Porque ahora, cada viaje de negocios… es nuestro verdadero juego de placer.