Mi Jefe Me Cazó En El Archivo Y Me Folló Sobre Las Carpetas
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Desde que entré a trabajar en la empresa, supe que mi jefe me deseaba. Me miraba con esa intensidad que me desnudaba sin tocarme. Yo no me quedaba atrás: usaba faldas ajustadas, tacones altos, y blusas con botones listos para reventar. Todo era un juego silencioso… hasta que un viernes en la tarde, cuando todos se fueron, me mandó un mensaje: “Quédate, necesito revisar unos documentos contigo.”
Fui al archivo sin sospechar lo que ocurriría. Me estaba esperando, con la puerta entrecerrada. Cerró tras de mí y se acercó sin decir palabra. “¿Tienes idea de lo mucho que me provocas?”, murmuró, pegando su cuerpo al mío. Me besó con rabia, me apretó las nalgas con fuerza, y antes de que pudiera pensar, me subió a una de las estanterías metálicas llenas de carpetas. “Hoy serás mía… como tanto tiempo he imaginado.”
Me arrancó las medias, me abrió la blusa y lamió mis pezones erguidos mientras sus dedos bajaban por mi entrepierna. Me dejó en tanga, se arrodilló y me lamió como si se hubiera estado muriendo de hambre. Yo gemía bajo, sabiendo que las paredes eran delgadas, pero sin poder detenerlo. Luego me puso boca abajo sobre las carpetas y me penetró sin pausa. Cada embestida era un castigo delicioso, acompañado de sus gemidos y sus palabras sucias: “Eres mi secretaria, mi puta, mi obsesión.”
Acabó dentro de mí, sujetándome del cabello y mordiéndome el cuello. Cuando salimos, me arregló la ropa y susurró: “Cada viernes, archivo. No faltes.” Desde entonces, obedezco como una buena empleada… porque el archivo ya no es solo un cuarto, es nuestro templo de lujuria.