Mi Hija Ficticia Me Tentó Hasta Que Caí

 

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Siempre la vi crecer como una niña dulce, pero todo cambió cuando cumplió 19. Su cuerpo se transformó, sus gestos eran provocadores y sus miradas… me confundían. Era mi hija política, hija de mi esposa fallecida. Yo me ocupé de criarla, pero ella empezó a desafiar mis límites. Un día, al salir del baño con solo una toalla, me miró directo a los ojos y dijo: “¿Te gusta lo que ves, papá?”

Me quedé paralizado. Ella se acercó, dejó caer la toalla y se subió sobre mí en el sofá. No pude resistirme. Sus senos eran firmes, su piel suave, y su olor me tenía hipnotizado. “Siempre quise saber cómo se siente estar con un hombre como tú”, susurró. Me besó con fuerza, bajó por mi pecho hasta desabrochar mi pantalón y meterse entre mis piernas.

Me la chupó con una dulzura perversa, mirándome mientras lamía cada centímetro, mientras me hablaba con voz suave: “Soy tu niña… hazme tuya.” Me corrí en su boca, y ella lo tragó sin dudar. “No hemos terminado”, dijo. Me llevó a su cuarto, se abrió de piernas y me invitó a saborearla. Su sabor era adictivo. Le hice sexo oral hasta hacerla gemir como una mujer en celo.

Luego me pidió que la penetrara, pero no lo hice esa noche. Me detuve justo antes. “Quiero que esto dure… y que mañana, cuando te levantes, sepas que soy tu mayor tentación.” Desde entonces, cada noche en casa es una batalla entre el deseo y la culpa… y ella siempre se las arregla para ganarla.