Me llamo Steven, tengo 23 años, y esto pasó cuando tenía 19 años . Vivía con mi hermana mayor, Eva, tras la muerte de nuestros padres. Siempre fue muy protectora… pero también hermosa. Caderas marcadas, labios carnosos y una forma de caminar que me volvía loco. Aunque era mi hermana, mis fantasías con ella crecían día a día… hasta que una noche lo impensable ocurrió.
Estábamos viendo una película en el sofá. La escena se volvió caliente y ella notó mi erección. Se rió suavemente y dijo: “¿Así de fácil te pones así por una peli?”. Me puse rojo. Ella se acercó más, y sin decir nada, colocó su mano sobre mi entrepierna. “Relájate, hermanito. Yo te voy a enseñar lo que es el verdadero placer.”
Me bajó los pantalones y comenzó a lamerme con una suavidad que me hizo gemir de inmediato. Su lengua recorría cada centímetro de mi miembro con una habilidad que no podía creer. Me sujetaba con una mano mientras con la otra acariciaba mis testículos. Cuando estuve a punto de explotar, se detuvo. “Aún no. Quiero sentirte adentro… pero por donde nadie te ha probado.”
Se colocó de espaldas a mí, se agachó sobre el sofá y escupió entre su trasero. Me indicó con una mirada que la penetrara por detrás. Fue mi primera vez por el trasero de una mujer, y el placer era indescriptible. Su gemido era mezcla de dolor y deseo. La tomé de las caderas y comencé a embestirla con fuerza creciente. Ella jadeaba, se tocaba al mismo tiempo, y me gritaba que no parara. Nos corrimos juntos, con su cuerpo temblando y mi semen llenando su interior.
Desde entonces, mi hermana no solo fue mi familia… fue mi primera maestra, mi amante secreta. Y cada noche que vuelvo a casa, ella me espera desnuda en el sofá.