Me Ató En La Cocina Y Me Usó Como Quiso

 

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Era el esposo de mi prima. Siempre me pareció atractivo, maduro, con esos brazos fuertes y voz grave que me descolocaban. Pero nunca imaginé que me deseara… hasta que un día, en una reunión familiar, se ofreció a llevarme a casa. Yo tenía 21. En el auto, noté su mirada en mis piernas cruzadas. Al llegar, en vez de dejarme ir, me invitó a pasar a su cocina a “tomar algo”. Fue directo: “Sé que me deseas. Deja de jugar.” Me quedé muda. Él se acercó, me sujetó por la cintura y me besó con furia. Me rendí.

Me puso contra la pared, me bajó la falda y acarició mis nalgas mientras me mordía el cuello. “No vas a decir nada, ¿verdad?”, me dijo mientras me ataba las muñecas con el cinturón. Me colocó sobre la mesa, desnuda, expuesta. Me penetró con los dedos, lento, mientras me susurraba cosas sucias. Luego, sin avisar, me escupió en el trasero y comenzó a prepararme. “Hoy vas a aprender lo que es obedecer.” Yo gemía, mezcla de dolor, miedo y una excitación brutal.

Cuando me penetró por detrás, sentí cómo me partía en dos. Él me sujetaba por el cuello, embistiéndome sin pausa. Me decía: “Eres solo mía ahora. Una chica desobediente que necesita castigo.” Cada embestida me acercaba más al clímax. Me corrí sin tocarme, mientras él seguía hasta venirse dentro de mí. Me limpió con su camisa, me besó en la boca y me soltó las muñecas. “Ahora vístete. Y vuelve cuando quieras más.”

Desde entonces, cada vez que hay una reunión familiar, yo me escapo a su casa. Sé que me espera con el cinturón en la mano… y las ganas de dominarme otra vez.