Me Ató a La Silla de la Oficina Y Me Folló Hasta Que Supliqué
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Trabajo como asistente en una pequeña agencia de publicidad. Él es mi jefe directo, y desde que entré me dejó claro que le gustaba el juego del poder. Al principio eran miradas, comentarios al oído, roces innecesarios… pero todo cambió un viernes, cuando me pidió que me quedara después de horas de trabajo. “Necesito que te encargues de unos asuntos especiales”, dijo con una sonrisa oscura.
Cuando todos se fueron, cerró la puerta con llave y bajó las persianas. Me tomó del cuello y me susurró: “¿Te gusta que te mande? Porque esta noche serás mia, completita.” Me ató las manos a los brazos de la silla giratoria con su corbata y una cinta de embalaje. Me bajó la blusa, me dejó en sostén, luego me cortó las medias con una tijera de escritorio. Mi respiración era agitada, sentía los pezones duros, empapada antes de que siquiera me tocara.
Se arrodilló frente a mí y empezó a lamerme por encima de la ropa interior. Luego la quitó bruscamente y me devoró como un animal. “No te sueltes, aguántate como buena mujer”, ordenó. Su lengua me hizo gritar, pero no podía moverme. Luego se levantó, sacó su polla, enorme, caliente… y sin más, me la metió de golpe. Me follaba con furia, cada embestida hacía rechinar la silla. Me venía una y otra vez, mojando sus muslos, llorando de placer mientras él me usaba como quería.
Cuando terminó, me desató con suavidad, me acarició la mejilla y dijo: “Eres eficiente… pero si repites esto con alguien más, te castigaré aún más duro.” Desde entonces, todos los viernes a las 7pm, me convierto en su asistente... de escritorio y de cama.