La playa estaba desierta, solo el sonido de las olas y el sol descendiendo hacia el horizonte. Habíamos llegado después de una larga caminata, buscando un lugar donde estar completamente solos.

Lucía dejó caer su toalla sobre la arena y se sentó, mirando el mar con una sonrisa. Llevaba un bikini rojo que contrastaba con su piel bronceada.

Me senté junto a ella y la abracé por detrás, apoyando el mentón en su hombro. El aroma a sal y brisa la envolvía.

—Es perfecto —susurró, y giró el rostro para besarme.

El beso fue suave al principio, pero pronto mis manos recorrieron su cuerpo, deteniéndose en sus pechos. Lucía gimió contra mi boca.

La recosté sobre la toalla y comencé a besar su cuello, bajando lentamente hacia su vientre.

Me arrodillé entre sus piernas y aparté la parte inferior de su bikini. El sabor a mar se mezclaba con el de su piel mientras la lamía lentamente.

Sus manos se enredaban en mi cabello, guiando mis movimientos. Su primer orgasmo fue acompañado por un suspiro largo, mirando el cielo anaranjado.

Subí para besarla, y ella me empujó suavemente hasta dejarme tumbado. Se subió sobre mí y me penetró lentamente, moviéndose al ritmo de las olas.

Sus pechos se balanceaban frente a mi rostro, y mis manos los atrapaban con fuerza. Lucía se inclinó para besarme mientras sus caderas aceleraban.

Su segundo orgasmo llegó con un gemido ahogado, apretándome con fuerza.

La giré para ponerla de rodillas, sujetándola por las caderas mientras la penetraba con más intensidad. El sonido de nuestros cuerpos se mezclaba con las olas rompiendo.

La vista era hipnótica: su piel brillante bajo el sol moribundo, su cabello enredado por el viento, su espalda arqueada.

Su tercer orgasmo la dejó temblando, apoyando la frente en la toalla. Yo estaba a punto de explotar.

Un último empuje y me derramé dentro de ella, sintiendo cómo el mundo se reducía a ese instante.

Nos tumbamos abrazados, mirando el cielo pasar del naranja al violeta. El mar seguía cantando, como si bendijera nuestro momento.

Lucía me susurró: —La próxima vez, de noche.

Sonreí, sabiendo que esa promesa sería cumplida.