La discoteca estaba a reventar, con la música retumbando en cada rincón. Entre la multitud vi a Camila, una amiga de viejas salidas nocturnas, bailando con una energía contagiosa.

Nos encontramos en la barra y comenzamos a hablar, pero las miradas decían más que las palabras. Me tomó de la mano y me llevó al baño de la zona VIP.

La música seguía filtrándose por las paredes, y el lugar estaba iluminado por luces de neón. Camila me empujó contra la pared y me besó con hambre.

Mis manos recorrieron su cintura y bajaron hasta su trasero, apretándola contra mí. Ella se giró y apoyó las manos en el lavabo.

Subí su vestido y aparté su ropa interior. Comencé a lamerla mientras se miraba en el espejo, mordiéndose el labio para contener los gemidos.

Su primer orgasmo llegó rápido, con sus uñas aferrándose al borde del lavabo.

Me incorporé y la penetré con fuerza, el sonido de nuestros cuerpos mezclándose con el bajo de la música.

Camila me miraba en el espejo, sus ojos encendidos por el deseo. Sus movimientos eran frenéticos, buscando más.

La giré para tomarla por detrás, con una mano en su cadera y la otra en su cuello, controlando el ritmo.

Su segundo orgasmo fue explosivo, apretándome con fuerza.

Yo estaba al límite. Un último movimiento y me derramé en ella, respirando agitado.

Nos acomodamos la ropa rápidamente, riendo entre susurros.

Camila me guiñó un ojo: —Bailamos un rato… y luego seguimos.

Salimos del baño como si nada, pero nuestras miradas prometían que esa noche aún no había terminado.