Lo Hice con Mi Suegro en Plenas Vacaciones

 

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Mi esposo y yo fuimos a pasar unos días a la casa de campo de sus padres. Era una escapada tranquila, pero había tensión desde el primer día. Su padre, don Víctor, 58 años, canoso, fuerte, con mirada penetrante, no dejaba de mirarme cada vez que usaba mi bikini. Una noche, salí al patio en pijama ligera… y me lo encontré solo, fumando.

“No puedes andar así con este calor y esperar que nadie te desee”, dijo, con voz grave. Me quedé paralizada. Él se acercó, me tomó de la cintura y me besó de golpe. Sentí una descarga en el cuerpo. Quise resistirme, pero no pude. Su mano se deslizó bajo la pijama y encontró mi humedad. Me sentó sobre sus piernas y me abrió las piernas. “Hace mucho que no pruebo algo tan joven.”

Me bajó la ropa interior y me lamió como un experto. Su lengua me hizo arquear de placer. Me tapaba la boca para no gritar y despertar a mi esposo. Después, me inclinó sobre la mesa de madera del patio y me la metió por detrás, duro, lento, salvaje. Me embestía con fuerza mientras me susurraba: “No digas nada… solo siente.”

Me vine como nunca, temblando, goteando. Él acabó dentro de mí y me abrazó fuerte. “Esto se repetirá.” Desde entonces, cada vez que vamos de visita, me escapo al granero… porque sé que don Víctor me espera con esa sonrisa de lobo hambriento.