Me llamo Alba, tengo 21 años y estudio literatura en una universidad privada. Siempre fui una alumna aplicada, respetuosa… hasta que comencé a trabajar como ayudante de cátedra en el despacho de la decana Robles. Una mujer elegante, de unos 45 años, con una voz suave pero autoritaria, que me intimidaba… y me excitaba en secreto.
Un día, me pidió que me quedara después de clases para revisar unos textos. Mientras leía, se levantó de su silla, caminó hasta mí y colocó su mano sobre mi hombro. “Alba,” dijo con voz baja, “¿alguna vez te has sentido atraída por alguien que no deberías desear?” Me puse nerviosa. Pero no respondí. Me tomó del mentón, me miró fijamente y me besó. Con una seguridad que me dejó sin aliento.
Me empujó suavemente contra su escritorio, desabrochó mi blusa y comenzó a besarme el cuello con una pasión lenta y firme. Su lengua bajó por mi vientre hasta que me abrió las piernas con autoridad. “Confía en mí,” susurró. Su boca se hundió entre mis muslos, y comenzó a lamerme con maestría. Nunca nadie me había hecho sentir algo así. Me sujetaba fuerte mientras jugaba con mi cuerpo, sabiendo exactamente dónde tocar, cuándo detenerse y cuándo hacerme gritar.
Esa tarde fue la primera de muchas “lecciones privadas”. Yo soy su alumna modelo ante todos… pero en su despacho, soy su fantasía hecha realidad. Y ella, mi maestra del placer.