La Vecina Me Usó Mientras Su Esposo Dormía
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Tenía 19 años y vivía con mis padres en un barrio tranquilo. Siempre me llamó la atención la vecina del frente, Lorena. Una mujer de unos 38 años, cuerpo envidiable, curvas provocativas, y una forma de caminar que me dejaba duro con solo verla. Su esposo era un tipo aburrido que salía a trabajar o dormía todo el día, y ella… parecía hambrienta de algo más.
Una tarde de calor, estaba lavando mi carro sin camiseta cuando ella salió en shortcito y top, sudada. “¿No te cansas?” me dijo. “Pasa por un vaso de agua si quieres.” Entré a su casa sin sospechar lo que me esperaba. Me dio el vaso, se quedó mirándome fijamente y dijo: “¿Haz estado con una persona prohibida?” No supe qué responder. Me empujó contra la pared, me besó con fuerza y bajó su mano directo a mi short. “Estás más que listo.”
Me llevó a su sala, se arrodilló y empezó a mamarme con una habilidad que jamás había sentido. Me la chupaba lento, profundo, mientras se acariciaba entre las piernas. Se levantó, se quitó todo y se sentó en mi cara. “Hazlo como un hombre.” La lamí hasta que se vino gritando. Me llevó al sofá, me montó con sus piernas abiertas y me la metió entera.
“¡Así, así papi, más duro!” gemía mientras cabalgaba sin parar. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la sala. Me exploté dentro de ella, temblando. Se limpió, me besó y dijo: “Vuelve mañana. Mi esposo duerme toda la tarde.” Desde entonces, ir a ver a la vecina fue mi nuevo pasatiempo… y su adicción favorita.