La Vecina Madura Me Llevó al Límite por Atrás
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Tenía 20 años cuando me mudé solo por primera vez. Mi vecina del departamento de al lado, Kira, era una mujer de unos 45, curvilínea, segura de sí misma y con una sonrisa que desarmaba. Cada vez que me cruzaba con ella en el pasillo, me sentía intimidado… hasta el día que me invitó a “tomar un vino y ver una película”.
Kira abrió la puerta en bata de seda, sin nada debajo. Me ofreció una copa y se sentó junto a mí, cruzando las piernas lentamente. Su perfume era embriagador. “¿Te has acostado con una mujer de verdad?” — preguntó. Sin esperar respuesta, me montó, desabrochándome los pantalones con manos expertas. Me besó el cuello, el pecho, bajó por mi abdomen y lo metió todo en su boca como una reina del placer.
Luego se giró, apoyada en el sofá, y me miró sobre su hombro: “Ahora vas a cogerme por donde los hombres se vuelven locos.” Me colocó condón y lubricante en la mano. Abrió su trasero lentamente y me guió con precisión. Entrar fue un viaje lento, apretado, caliente. Gemía como una diosa, pidiéndome más fuerte. Cada embestida la hacía retorcerse de placer. “Dámelo todo, sin miedo…”
Terminé en un estallido que me dejó jadeando. Ella se giró, me besó y susurró: “La próxima vez, yo estaré arriba.” Desde entonces, Kira no es solo mi vecina… es mi fantasía hecha realidad, disponible cada vez que cruzo esa puerta.