La vecina de la terraza

 

Categorías:  Penetración Vaginal Sexo Oral Relaciones Prohibidas

 

Era una noche cálida de verano y salí a la terraza a fumar un cigarrillo. Desde el piso de arriba, escuché risas y música suave. Al mirar hacia arriba, vi a mi vecina Clara, en bata de seda, sirviéndose una copa de vino. Su bata se abría lo justo para mostrarme un generoso escote que me dejó sin aire.

—¿Quieres subir? —me gritó con una sonrisa pícara. No dudé ni un segundo y en minutos estaba tocando a su puerta. Me recibió con la bata medio abierta y el aroma embriagador de su perfume.

Nos sentamos en la terraza, brindamos y conversamos de cualquier cosa. Pero sus miradas eran claras: había un juego de seducción en marcha. Su mano se posó sobre mi pierna y comenzó a acariciarme con suavidad, subiendo lentamente hasta que su toque me encendió por completo.

La tomé por la nuca y la besé con fuerza. Ella respondió con una pasión desbordante, abriendo la bata para que mis manos exploraran su cuerpo. Sus pezones se endurecieron al contacto de mis dedos y sus gemidos se mezclaban con el murmullo de la música.

Se arrodilló frente a mí, dejando que la bata cayera al suelo. Su boca me envolvió por completo, lamiendo y succionando con maestría, mientras sus ojos se mantenían fijos en los míos. Me costaba contenerme, el placer era demasiado intenso.

La levanté y la apoyé contra la baranda de la terraza. Sus piernas rodearon mi cintura y la penetré lentamente, disfrutando de cada centímetro. Sus uñas se clavaron en mi espalda mientras comenzaba un ritmo más rápido y profundo.

—Más fuerte… —susurró con voz entrecortada. Sus caderas se movían al compás, buscando ese punto exacto que la hacía gemir más alto. La vista de la ciudad iluminada detrás de ella solo aumentaba la excitación del momento.

La giré, tomándola por detrás, mientras su pecho descansaba sobre la baranda. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con sus jadeos. Mi mano se coló entre sus piernas para acariciarla al mismo tiempo, llevándola al límite.

Su orgasmo llegó como una ola arrolladora, arqueando la espalda y apretando con fuerza. El mío la siguió de inmediato, explotando en un clímax que nos dejó sin aliento. Permanecimos así unos segundos, sintiendo el calor y la conexión de aquel momento.

Nos vestimos entre risas, pero su última mirada lo decía todo: aquella noche de terraza no sería la última vez que compartiéramos un secreto en la oscuridad.