Me casé joven, con 22 años. Amaba a mi esposa, pero había algo que nunca quise confesar: desde el primer día, la verdadera obsesión en esa familia era su madre. Viviana, mi suegra, tenía 44 años, divorciada, cuerpo escultural y una elegancia natural que opacaba a cualquier mujer a su alrededor. Siempre usaba vestidos que realzaban su figura, y cada vez que me abrazaba para saludarme, sentía cómo su cuerpo se pegaba más de lo necesario. Me llamaba “mi tio precioso” con un tono que dejaba todo claro.
Un fin de semana mi esposa viajó con unas amigas. Yo me quedé en casa, y Viviana pasó a dejarme algo de comida. “No quiero que mueras de hambre”, dijo con una sonrisa. Estaba vestida con una bata de satén apenas cerrada, y se paseaba descalza por la cocina. Me ofreció vino, y entre risas, comenzamos a hablar con más soltura. “Siempre pensé que eras demasiado hombre para mi hija”, soltó de golpe. Me quedé helado. “Pero nunca tuviste el valor de mirarme como realmente deseas…”
Se acercó y me besó. Sin más. Su lengua se metió en mi boca con una autoridad que me dejó sin aire. Me llevó al sillón, se sentó sobre mí, y me frotó con su cuerpo caliente. “Te voy a enseñar cómo se trata a una mujer de verdad.” Abrió su bata, dejó al descubierto sus senos firmes, su piel perfecta. Me arrodillé sin que lo pidiera. La recosté, abrí sus piernas, y comencé a lamerla con devoción. Su sabor era adictivo. Gemía, me guiaba con las manos, me apretaba el cabello mientras me decía que no parara hasta que se corriera en mi boca. Y así lo hizo. Se vino fuerte, mojándome la cara entera.
Me tomó de la corbata, me llevó a la habitación de mi esposa y se tumbó boca abajo. “Fóllame aquí mismo… quiero que tu esposa huela lo que hicimos.” Me la metió con fuerza, sin condón, sin permiso. Me cabalgaba como si fuera su juguete personal. Me gritaba que era suyo, que ahora le pertenecía. Me vine dentro, profundo, fuerte. Me dejó temblando.
Desde ese día, Viviana se aparece cuando quiere. Y yo obedezco. Porque mi sobrina no es solo la hija de la hermana de mi esposa… es la verdadera mujer que me enseñó a ser hombre.