La secretaria después del horario

 

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El reloj marcaba las nueve de la noche y la oficina estaba vacía. Las luces tenues del pasillo iluminaban el camino hacia mi despacho, donde todavía quedaba encendida una lámpara. Me sorprendió encontrar a Laura, mi secretaria, ordenando unos papeles con su habitual vestido entallado que dejaba poco a la imaginación.

—No esperaba verte aquí tan tarde —le dije, apoyándome en el marco de la puerta. Ella me miró por encima de las gafas y sonrió con un gesto que me desarmó.

—Quería dejar todo listo para mañana… aunque creo que podría usar un poco de ayuda —susurró. Su voz tenía un matiz insinuante que nunca antes le había escuchado.

Me acerqué y noté el perfume dulce que siempre usaba, pero esta vez parecía más intenso. Su mano rozó la mía al pasarme un sobre, y ese contacto fue suficiente para encender algo que llevaba tiempo latente.

Me senté en el borde del escritorio y ella se colocó entre mis piernas, mirándome directamente a los ojos. Su respiración se aceleró y, sin decir nada, sus labios buscaron los míos. El beso fue lento al principio, pero pronto se volvió hambriento.

Mis manos comenzaron a recorrer su espalda, sintiendo el calor que desprendía. Bajé lentamente la cremallera de su vestido, dejando al descubierto su lencería de encaje negro. Laura se mordió el labio, consciente del efecto que tenía sobre mí.

Se inclinó y comenzó a besarme el cuello, bajando poco a poco hasta mi pecho. Sus manos se deslizaron hacia mi cinturón, liberándolo con una habilidad que me hizo sonreír entre jadeos.

Se arrodilló ante mí y tomó mi erección con delicadeza antes de introducirla en su boca. Sus movimientos eran precisos, alternando succión y caricias con la lengua, mientras sus ojos se mantenían fijos en los míos.

No pude resistir mucho tiempo y la levanté para sentarla sobre el escritorio. Separé sus piernas y aparté su ropa interior, probando su humedad con la lengua. Sus gemidos llenaron la oficina vacía, mezclándose con el sonido lejano del tráfico nocturno.

La penetré despacio, disfrutando de cada centímetro mientras ella arqueaba la espalda. Mis manos se aferraban a sus caderas, marcando un ritmo constante que la llevaba al borde una y otra vez.

Laura me abrazó con fuerza, clavando sus uñas en mi espalda. Su respiración era agitada, sus labios entreabiertos en una mezcla de placer y urgencia. Aumenté la velocidad, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada embestida.

—No pares… —me suplicó entre jadeos. Sus piernas me rodearon con fuerza, atrapándome en un vaivén imparable.

La giré, haciéndola apoyar las manos sobre el escritorio, y la tomé por detrás. El sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba en la sala. Incliné mi torso sobre su espalda y besé su cuello mientras seguía penetrándola con intensidad.

Su primer orgasmo llegó como una sacudida. Se estremeció por completo, apretando con fuerza y gimiendo mi nombre. Apreté su cintura y seguí hasta sentir el calor de mi propio clímax.

Nos quedamos unos segundos inmóviles, respirando agitados. El sudor perlaba su piel y sus piernas temblaban ligeramente. La ayudé a sentarse de nuevo sobre el escritorio.

Laura sonrió, se acomodó el vestido y dijo con un guiño: —Creo que este informe va a necesitar otra revisión… mañana por la noche.

Me reí, sabiendo que aquella no sería la última vez que trabajáramos horas extras juntos.

Al salir de la oficina, la ciudad parecía más viva que nunca, como si nuestro secreto le hubiera dado un nuevo ritmo a la noche.

Su imagen alejándose por el pasillo quedó grabada en mi mente… y en mis deseos.