La Primera Vez Que Me Atrevía Con Mi Hermano

 

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Siempre creí que esas fantasías eran solo eso… fantasías. Algo sucio que se quedaba en mi cabeza y nunca se haría realidad. Pero la noche en que todo cambió comenzó como cualquier otra. Yo tenía 20 años, mi hermano 24. Habíamos quedado solos en casa durante el fin de semana; nuestros padres se habían ido a la playa. Preparé una cena ligera, vimos una película, y luego cada uno fue a su cuarto. Pero no podía dormir… había algo en el ambiente. Algo eléctrico.

Me puse una camiseta larga, sin nada debajo, y bajé por agua. Él estaba en el sofá, viendo otra película, en calzoncillos y sin camiseta. Su cuerpo estaba más marcado de lo que recordaba. Cuando me vio, me dijo con una sonrisa torcida: “Así te paseas por la casa, ¿eh?” Sentí cómo se me erizaba todo el cuerpo. Le respondí con picardía: “Si no te gusta, no mires.” Él se rió, pero su mirada se quedó fija entre mis piernas.

Me senté a su lado, notando su erección bajo la tela. No dijimos nada. Solo silencio… hasta que él me puso una mano en la pierna. “¿Estás segura?” susurró. Asentí. No hacía falta más. Me besó con rabia contenida, como si lo hubiese deseado toda su vida. Sus manos me levantaron la camiseta y me acariciaron los senos. Me llevó al suelo, me abrió las piernas y se hundió entre ellas. Nunca nadie me había lamido así. Su lengua era precisa, suave y caliente. Me hizo gemir como nunca. Me venía con sus labios y su lengua dentro, mientras él no paraba de mirarme como un animal hambriento.

Luego se quitó el bóxer. Su polla era gruesa, caliente, curveada… y la tomé con mis labios como si lo hubiera hecho toda la vida. Lo lamí con ansias, lo chupé sintiendo cómo palpitaba. Cuando estuvo a punto, me miró y dijo: “Quiero que sea perfecto. No esta vez… la próxima será la primera.” Me abrazó, y dormimos desnudos, entrelazados. Al día siguiente, lo hicimos completo. Pero eso… es otra historia.