La Primera Vez Que Me Atreví a Entregarme Por Detrás

 

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Habíamos estado juntos casi un año, pero siempre había un tema que evitábamos. Yo sentía curiosidad, ganas, pero también miedo. Él, paciente y cariñoso, sabía que no podía forzar nada. Una noche de invierno, mientras la lluvia golpeaba suavemente las ventanas, decidimos dar el paso. La habitación estaba iluminada solo por velas, creando un ambiente cálido y relajado.

Empezamos con caricias suaves. Me besó el cuello, los hombros, mientras me susurraba palabras de amor y confianza. “Confía en mí”, dijo, mientras se desnudaba lentamente. Me sentí segura, protegida. Él me pidió que me pusiera en cuatro sobre la cama. Mi corazón latía rápido, mezcla de nervios y excitación.

Con mucho cuidado, me aplicó un poco de lubricante y empezó a acariciar mi entrada con sus dedos. La sensación era extraña, pero no desagradable. Me pedía que respirara profundo, que me relajara. Poco a poco, con movimientos lentos y constantes, me fue penetrando. El dolor inicial se transformó en placer intenso. Me apoyé en sus brazos, cerré los ojos y dejé que el placer me invadiera.

Nos movíamos sincronizados, su cuerpo cubriéndome, sus gemidos mezclándose con los míos. Me tomó la cara, me miró a los ojos y me dijo cuánto me amaba. Me sentí libre, completa, descubriendo una nueva dimensión del placer. Terminamos exhaustos, abrazados, con la promesa de seguir explorando juntos.