Era medianoche y la fiesta había terminado. Me quedé en la casa, ayudando a recoger, cuando vi que la piscina del jardín seguía iluminada. Las luces bajo el agua creaban destellos azulados que invitaban a quedarse un rato más.
Me acerqué y encontré a Sofía, una amiga de la anfitriona, nadando desnuda. Su piel brillaba bajo el agua y su cabello mojado caía sobre sus hombros.
—No pensé que quedara nadie —dijo, sonriendo. Me encogí de hombros y me senté al borde, sin dejar de mirarla.
—Podrías acompañarme —añadió, salpicando un poco de agua hacia mí. No lo dudé y me quité la ropa para sumergirme junto a ella.
El agua estaba tibia, y la cercanía de su cuerpo era tan hipnótica como el movimiento de las luces bajo la superficie. Nadamos un poco, pero pronto ella se acercó, colocando sus manos en mi pecho.
Me besó con suavidad, luego con más intensidad. El sabor del cloro se mezclaba con el de sus labios húmedos.
Sus manos bajaron por mi abdomen hasta encontrar mi erección. Comenzó a acariciarme bajo el agua, moviéndose lentamente mientras me miraba a los ojos.
Respondí deslizando mi mano entre sus piernas, sintiendo su humedad mezclarse con el agua. Sofía dejó escapar un gemido ahogado.
Me incliné y besé su cuello, mientras mis dedos trabajaban con precisión. Ella apoyó la cabeza en mi hombro, disfrutando del momento.
Sin más, la levanté y la senté en el borde de la piscina. Me arrodillé en el agua y comencé a lamerla, sintiendo el sabor salado y dulce mezclado en mi lengua.
Sus piernas se abrieron más, y sus manos se aferraron a mi cabello mientras su respiración se aceleraba. Su primer orgasmo llegó rápido, arqueando la espalda.
La tomé por las caderas y la arrastré suavemente de nuevo al agua, penetrándola de pie, con nuestros cuerpos sumergidos hasta el pecho.
El vaivén del agua hacía que cada movimiento fuera más fluido e intenso. Sus gemidos se mezclaban con el chapoteo suave de la piscina.
La giré para tomarla por detrás, y mis manos se aferraron a sus pechos mientras aumentaba el ritmo. Sofía se mordía el labio para no gritar demasiado.
Su segundo orgasmo fue más largo, con su cuerpo temblando en el agua. Yo no aguanté más y me derramé dentro de ella, abrazándola.
Nos quedamos flotando unos segundos, disfrutando del silencio roto solo por el agua.
Cuando salimos, nos envolvimos en toallas y nos sentamos juntos a mirar las luces de la piscina, sin decir una palabra.
El frío de la noche contrastaba con el calor que todavía sentíamos en la piel.
Sabía que ese momento quedaría grabado en mi memoria mucho tiempo.