Mi nombre es Gael, tengo 20 años, y esta historia sucedió una semana después de que mi madre viajara fuera del país por trabajo. Me enviaron a vivir temporalmente con mi tía Tahiz, su hermana mayor. Siempre fue distinta a las demás: autoritaria, elegante, con una belleza madura que imponía respeto y un cuerpo que me despertaba sensaciones que intentaba negar.
La primera noche me pidió que la ayudara a cargar unas cajas al ático. Yo iba con camiseta sin mangas, y noté cómo su mirada recorría mi cuerpo más de lo normal. “Has crecido bastante, Gael…”, dijo con voz grave, mientras se acercaba más de lo necesario. Me puso una mano en el pecho. “Eres fuerte… obediente, ¿verdad?” Asentí sin saber qué decir. “Quiero que lo demuestres.”
Sin previo aviso, me besó. Sus labios sabían a vino y a deseo contenido. Me sujetó del cabello y susurró: “Ahora te callas… y haces todo lo que yo diga.” Me llevó al sofá, me empujó y se sentó a horcajadas sobre mí, frotándose mientras su lengua invadía mi boca. Luego me quitó la camiseta y bajó mis pantalones. “Esta es tu primera vez, ¿no?” Me sonrojé. Ella sonrió con malicia. “Entonces escucha: te voy a enseñar cómo se sirve a una mujer.”
Me guió con la mano entre sus piernas, y me hizo acariciarla y lamerla mientras me indicaba qué hacer. “Más lento… ahora más firme… muy bien, así me gusta.” Luego me hizo acostarme boca abajo y me sujetó las muñecas con una bufanda. Se subió sobre mí, bajó lentamente y me lo metió con suavidad, mientras jadeaba. “Así se toma lo que es mío.”
Se movía como una diosa, con dominio, con experiencia. Me susurraba al oído cada cosa que debía hacer, cada orden que me hacía más suyo. Me corrí dentro de ella entre gritos ahogados y un temblor que nunca antes había sentido. Cuando terminamos, me besó la frente y dijo: “Eres mío, Gael Desde ahora, hasta que me canse de ti. ¿Entendiste?”
Y yo, desnudo, rendido y marcado por el deseo… solo pude asentir.