Mi nombre es Elena, tengo 49 años, divorciada hace cinco años. Aunque mi vida profesional es plena, hacía años que no sentía el calor de un cuerpo ajeno. Una noche, entre copas y soledad, abrí una web de escorts. No lo pensé demasiado. Elegí a Julio: 25 años, cuerpo atlético, sonrisa traviesa. Cuando llegó a mi departamento, vestía camisa blanca ajustada y jeans. Al abrirle la puerta, lo primero que dijo fue: “Esta noche es toda tuya.”
Me ofreció una copa de vino, se sentó a mi lado y empezó a acariciarme la pierna. Su voz, segura y dulce, me desarmó. Me quitó el vestido con lentitud, besándome cada centímetro de piel. “Eres más hermosa de lo que imaginé…” Me tumbó en el sillón y comenzó a lamerme. Su lengua era joven, pero sabía lo que hacía: me hizo venir con la boca, dos veces, sin siquiera tocarme con los dedos.
Después, me cargó y me llevó a la cama. Me miró a los ojos mientras me penetraba con suavidad, pero pronto se volvió salvaje. Me embistió con fuerza, sujetándome de las caderas, haciendo que mi cuerpo temblara con cada estocada. Grité, jadeé, me vine una y otra vez. Me sentía viva… deseada como nunca. Él terminó dentro de mí, respirando sobre mi cuello.
Al terminar, me besó la frente y dijo: “No fue solo trabajo… fue un placer.” Desde entonces, lo he contratado tres veces más… y cada encuentro es mejor que el anterior.