La Noche Que Me Quedé en Casa de Mi Tío
Categorías: Incesto Ficticio Dominación y Sumisión Consentida Gay
Mis padres tuvieron que viajar de emergencia, y no les quedó más opción que dejarme unos días en casa de mi tío Ricardo. Él vivía solo desde que se divorció. Tenía 45 años, era alto, fuerte, con una voz grave que imponía, y una mirada que me hacía sentir desnudo incluso con ropa. Yo tenía 20, ya era mayor de edad, pero esa diferencia entre nosotros me hacía sentir vulnerable. La primera noche, todo fue normal. Cenamos, charlamos, vimos televisión… hasta que decidí ducharme.
Al salir del baño, con solo una toalla rodeándome la cintura, me encontré con él esperándome en el pasillo. Me miró de arriba abajo y dijo en voz baja: “Ya no eres un niño.” No supe qué responder. El aire se volvió pesado. Su mano tocó mi pecho y resbaló hasta mi abdomen. Me quedé congelado. Su mirada no pedía permiso. Se acercó, me sujetó del cuello y me besó. Fue rudo, invasivo, pero me hizo temblar de deseo.
Me empujó contra la pared y dejó caer la toalla al suelo. Su mano agarró mi polla, ya erecta, y comenzó a masturbarme con firmeza. Luego se arrodilló y se la metió entera en la boca. Su lengua giraba, jugaba, lamía cada centímetro como si quisiera devorarme. Yo gemía ahogado, sintiéndome completamente dominado. Me sujetaba de los glúteos y me lo hacía todo, mientras yo me entregaba sin pensar en nada más.
Después me llevó a su habitación. Me arrojó sobre la cama, me abrió las piernas y me lamió el ano como si fuera un experto. Me estremecía. Sentí sus dedos entrar con cuidado, preparando el terreno. Luego, sin más, me penetró con una fuerza que me sacó el aire. Al principio dolía, pero poco a poco el placer lo cubrió todo. Me embestía con ritmo, con poder, diciéndome al oído que era suyo, que siempre lo había sido. Me agarraba de la cintura y no paraba. Me vine sobre el colchón mientras él seguía dentro, hasta acabar también, profundo, caliente, jadeando sobre mi espalda.
Nos quedamos acostados, en silencio. Luego se levantó, se encendió un cigarro y me miró: “Mañana te haré el desayuno… y después, me vuelves a calentar.” Esa noche dormí en su cama. Desde entonces, cada vez que visito su casa, ya no duermo en el sofá. Soy su invitado… y su secreto.