Era mi cumpleaños número 20 y mis amigos me prepararon una sorpresa. Dos chicos que siempre me habían atraído, pero nunca imaginé que se animarían a invitarme a una fiesta privada. La música sonaba fuerte, las luces bajas y el alcohol ayudaba a soltar inhibiciones. Cuando me encontré con ellos en una habitación apartada, sentí cómo el corazón me latía desbocado.
Me besaron a la vez, sus manos recorriendo mi cuerpo con urgencia. Me tumbé en la cama y comenzaron a desnudarse. Uno me lamía el cuello mientras el otro bajaba por mi abdomen hasta encontrar mi sexo húmedo. Me penetraron simultáneamente, uno por delante, otro por detrás. Sentía cada embestida como un fuego intenso, una mezcla de dolor y placer que me hacía gritar sus nombres.
Después de varias rondas, me la chupaban hasta hacerme venirme tres veces seguidas. Me corrí con fuerza mientras ellos se turnaban para llenarme. Fue la experiencia más salvaje y hermosa de mi vida, donde aprendí que el placer no tiene límites y que la entrega total es la clave para sentirlo de verdad.