La noche en que descubrí otro lado de mí

 

Categorías no disponibles

 

Había salido con mis amigos a un bar del centro. No esperaba nada fuera de lo común: un par de copas, algo de música y charla sin importancia. Pero entonces lo vi. Su nombre era Julián, y su presencia era magnética. Alto, con barba recortada y una sonrisa franca que contrastaba con sus ojos intensos. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí un escalofrío que no pude ignorar.

Nos presentaron, hablamos de cosas triviales, pero cada palabra estaba cargada de una tensión que no sabía manejar. Al final de la noche, cuando mis amigos se despidieron, él me propuso dar un paseo. Acepté sin pensarlo demasiado. Caminamos por calles silenciosas, hablando de música, de libros, de sueños, hasta que nos detuvimos en un parque oscuro y tranquilo.

Hubo un silencio que lo dijo todo. Él se acercó, rozó mi mano y me preguntó con suavidad si podía besarme. Asentí, con el corazón acelerado. El beso fue dulce, pausado, pero pronto se volvió más intenso, más urgente. Sentí cómo el mundo desaparecía, quedando solo nosotros dos.

Lo que ocurrió después fue un descubrimiento personal. La manera en que me acariciaba, cómo me hacía sentir visto y deseado, rompió mis barreras. No había vergüenza ni dudas, solo el deseo puro de entregarme a esa conexión inesperada. Fue como abrir una puerta a un lado de mí que siempre había estado allí, esperando ser reconocido.

Cuando nos despedimos, de madrugada, me abrazó fuerte y me dijo: «Esto apenas empieza». Caminé a casa con una sonrisa que no podía borrar. Sabía que esa noche había cambiado algo profundo dentro de mí, y lo recibí con gratitud y deseo de explorar más.