Fui a una fiesta sin muchas expectativas, solo con ganas de beber y bailar un poco. Pero al final de la noche, terminé en el departamento de dos amigos que conocía hacía tiempo. El ambiente estaba cargado de complicidad y alcohol, y cuando la música bajó, la tensión sexual subió como nunca.
Ella me besó primero, robándome un gemido de sorpresa. Luego él se unió, y de pronto estaba atrapado entre dos cuerpos deseosos, besándome, acariciándome, arrancándome la ropa como si hubieran esperado ese momento desde siempre. Mi piel ardía con cada caricia.
Ella bajó entre mis piernas y empezó a devorarme con su lengua experta, mientras él me besaba el cuello y apretaba mis pechos. El placer me hacía gritar, pero lo mejor estaba por llegar. Cuando me penetró por detrás, mientras su novia seguía lamiéndome, sentí que el mundo giraba. Era un torbellino de sensaciones, de placer duplicado, de un deseo que me envolvía por completo.
El ritmo era incontrolable. Gemidos, susurros, jadeos compartidos llenaban la habitación. Yo me perdía entre ellos, dejándome llevar por la intensidad de tener dos cuerpos complaciéndome al mismo tiempo. Mi clímax llegó en una explosión que me dejó sin fuerzas, gritando con una intensidad que nunca había sentido.
Al terminar, nos quedamos los tres abrazados, riendo como si hubiéramos compartido un secreto irrompible. Esa noche marcó un antes y un después en mi vida sexual. Y aunque nunca volvimos a repetirlo, el recuerdo del trío inesperado sigue siendo uno de mis mayores tesoros.