Me llamo Dylan, tengo 25 años y aún recuerdo la primera vez que me quedé a dormir en casa de mi mejor amigo, Damián. Lo que no esperaba era que su madre, la señora Jessica, fuera una mujer tan seductora. Rondaba a los 40 años, con curvas marcadas, mirada felina y una seguridad que me desarmaba con cada palabra. Siempre me trató con cariño… pero aquella noche, fue diferente.
Damián salió a una fiesta y yo me quedé viendo películas en la sala. Jessica apareció en lencería de seda, con una copa de vino en la mano y una sonrisa provocadora. Se sentó junto a mí, sus piernas rozaron las mías, y comenzó a hacerme preguntas con doble intención. “¿Te gustan las mujeres con experiencia, Dylan?” me dijo mientras acariciaba el borde de mi camisa. El ambiente se volvió eléctrico.
Sin decir más, me tomó del cuello y me besó con fuerza. Me llevó al sofá, desabrochó mi pantalón y se arrodilló lentamente. “Quiero probar lo que has aprendido… o enseñarte desde cero.” Su boca caliente envolvió mi erección, lamiéndola con precisión y deseo. Gemía suave mientras me miraba a los ojos, devorándome con una intensidad que nunca había sentido. Me dejé llevar por completo, sintiéndome deseado, atrapado en una fantasía hecha realidad.
Después me hizo sentarme y se subió sobre mí, rozándome con sus caderas sin dejar que la penetrara. Solo fricción, besos, susurros y su lengua bajando nuevamente por mi cuerpo, buscando más. Esa noche fue un sueño húmedo hecho carne, y desde entonces, cada vez que iba a casa de Damián, ella encontraba la forma de quedarse a solas conmigo… y hacerme suyo otra vez.